La complejidad y la alegría de ejercer como médico de familia.
Lo que hacemos es a veces simple pero satisfactorio.
Es encontrar el antibiótico adecuado para tratar una infección o diagnosticar una condición autolimitada y poder tranquilizar a un paciente que temía lo peor.
Pasamos mucho de nuestro tiempo con pacientes que tienen muchas cosas mal; en estos casos, estamos haciendo malabarismos sin fin con los medicamentos y los síntomas de varias condiciones diferentes, y la complejidad de este trabajo es intelectualmente estimulante.
Junto con nuestra capacitación técnica, la herramienta más poderosa que tenemos para ayudarnos a determinar qué está mal, y qué debemos hacer al respecto, es nuestro conocimiento del paciente.
Sabiendo cómo caminan y hablan mis pacientes puedo detectar cuándo no se encuentran bien
Sabiendo cómo caminan y hablan normalmente mis pacientes, como de tranquilos o preocupados suelen estar, puedo detectar cuándo no se encuentran bien y noto cuándo han perdido peso o están menos alertas que antes.
Si tengo la suerte de conocer también a su familia, puedo tener pistas sobre por qué se han producido estos cambios o la causa de sus preocupaciones.
Mis pacientes también me conocen.
Aunque la relación es asimétrica, mis pacientes también me conocen. Cuando estoy haciendo bien mi trabajo, confían en mi compromiso con ellos (a pesar de mis problemas con el tiempo) y juntos tomamos decisiones difíciles y exploramos los límites de la medicina.
Estoy incluido en los momentos importantes de la vida de mis pacientes: nacimientos y muertes, duelos y alivios.
No soy un médico cualquiera, soy su médico.
No es un trabajo fácil, pero es infinitamente fascinante y profundamente satisfactorio.
El desafío para nuestros líderes políticos es crear una Atención Primaria donde esta forma de practicar pueda florecer, para mantener los médicos de familia que tenemos y atraer a más médicos a la comunidad.
Para leer la entrada completa, accede al blog del GdT de Educación Sanitaria y Promoción de la Salud del PAPPS.